El juego más popular era el de las cañas. ¿Cómo era? Cargaban unos contra otros, apuntándose con largas varas de bambú... Sí, muy parecido al de los cowboys, aunque en lugar de vaqueros contra indios, peleaban españoles contra árabes. Y no usaban revólveres ni flechas, sino simplemente cañas, las mismas con las que después hacían barriletes. O jugaban con trompos, baleros (había que embocar una bola agujereada en un palito) o bolitas. O trepaban a un palo enjabonado, o hacían fuerza tirando a cada extremo de una soga.
A diferencia de ahora, los niños y las niñas no solían jugar juntos. Las nenas se disfrazaban, jugaban a las muñecas (había de trapo y de madera), a las visitas y al gallito ciego. ¿No lo conocés? A una le cubrían los ojos con una venda y después de hacerla girar hasta marearla, la dejaban sola. Debía adivinar quién era quién solo con las manos... ¿Te imaginás cómo se matarían de la risa?
¡Qué rico!
Cuando se cansaban de jugar, claro, los chicos tenían ganas de comer algo rico. Las golosinas los volvían locos, especialmente las que vendían las esclavas africanas por las calles: tortitas quemadas con azúcar negra, buñuelos de miel, dulces de coco... ¿Dulce de leche? No. Todavía no se había inventado.
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