sábado, 22 de mayo de 2021

25 DE MAYO DE 1810

 APORTE DE BEATRIZ GORIS


En este 25 de Mayo lo invito a compartir un día en la antigua Buenos Aires.... llegaremos a la ciudad.... recorremos la histórica plaza y sus alrededores.... conoceremos a sus pobladores, …. si le invitan un mate acéptelo, pero le aviso seguro es mate amargo…. cuando finalicemos el recorrido.... para regresar usted elige.... puede pedir a una familia, al coche de posta, o a una tropa de carreta que lo acerquen, desinteresadamente, a su destino, o puede tomar una galera .... usted decide.... ¿Me acompaña?
"Si uno se levanta muy en Buenos Aires, donde nadie es madrugador, ni siquiera los obreros, se ve al principio completamente solo en las calles, que están todavía bajo el dominio de numerosas ratas, que salen de los albañales de las casas y que se divierten con toda libertad, como si estuvieran en casa propia.
Pronto, sin embargo, la ciudad despierta: se ven en primer lugar las carretas de los pescadores que regresan de la playa, cargadas de pescados; como, por orden de la policía, no pueden vender el de la víspera, están obligados a ir a pescar todos días, antes del amanecer, arrojan una o varias veces la red, arrastrada por caballos, y la carreta se carga de hermosos peces, que conducen al mercado. Las carretas que van a la playa a descargar las mercaderías y sirven de desembarco a los marineros que llegan a bordo, marchan en grupo de la campaña al río. Impresiona la altura de sus ruedas; llevan uncidos dos caballos y son conducidas por un gaucho montado sobre uno o el otro, y que cuida poco a los pobres animales, que se compran a bajo precio en la provincia.
Vienen después los aguateros, trepados en el yugo que une a los bueyes de la yunta, mientras que una campanilla, atada a un montante, anuncia su paso. Luego llegan toda suerte de vendedores a caballo; los lecheros, adolescentes en cuclillas en medio de los tarros de lata llenos de leche; o los distribuidores de pan, sentados entre dos grandes canastas de cuero llenas de panes gruesos como el puño o más pequeños, según la abundancia o la escasez de las harinas, porque debido a una extravagante costumbre, el pan siempre vale lo mismo; siempre se dan ocho o dieciséis por un peso (cinco francos); pero disminuye de tamaño, a medida que la harina se encarece o que el peso papel pierde su valor. Durante el bloqueo de los portugueses se podía comer fácilmente una docena de esos panes, hasta tal punto eran reducidos, consumiéndose en uno o dos bocados.
Los vendedores de aves y de frutas recorren también las calles, así como los obreros de toda clase que se dirigen a sus talleres. Las lavanderas negras o mulatas más o menos oscuras, con la cabeza cargada con una gran "batea", en la cual llevan la ropa y el jabón, se dirigen al río fumando gravemente su pipa y conduciendo la pava destinada a hacer calentar agua para su mate, porque ellas nada hacen, lo mismo que los otros trabajadores del país, antes de haber sorbido, a menudo sin azúcar, su bebida favorita.
A las ocho comienza el día para los comerciantes; abren sus negocios, se ubican frente al mostrador o se dedican a desempaquetar las mercaderías. La ciudad presenta, entonces, el aspecto de todos los puertos importantes: se ven las carretas cargadas de mercaderías, a hombres de negocio de todas las naciones; se oye hablar todas las lenguas a la vez por los paseantes, a quienes el carretero o el obrero del país trata de "gringos" de "carcamán". Únicamente los hombres circulan durante el día, y el movimiento es tal que parecería que acontece algo extraordinario; hasta ese momento no se ven, en las calles más que esclavos, o por lo menos criados o extranjeros; las porteñas muy raramente salen antes del atardecer.
A las dos el movimiento cesa de golpe: todos los negocios, todas las tiendas, se cierran; los carreteros se retiran, los comerciantes y los empleados de la administración. entran en sus casas. Ha comenzado la siesta. No se ve ni siquiera un indio por las calles, que están desiertas y recuerdan el silencio de la noche; ¡Desdichado quien algo necesita! Todas las puertas le están cerradas; solamente un pequeño número de extranjeros circula todavía; o bien los changadores duermen en las esquinas, esperando la reanudación del trabajo.
A las cinco se reinicia el movimiento y, lo mismo que el de la mañana, dura hasta el atardecer; al llegar la noche, termina el comercio al por mayor. La ciudad se hace por segunda vez silenciosa; pero por poco tiempo. Cuando se encienden los faroles, las señoras salen de sus casas, para ir a visitar las tiendas (negocios de telas, novedades, quincallerías, etc.); se las ve en largas falanges, compuestas a veces hasta de veinte, que no son, sin embargo, más que una sola familia. Marchan con lentitud balanceándose muellemente y agitando el abanico con una gracia encantadora: es la abuela, todavía hermosa; la madre, las hijas y las tías, acompañadas de sus criadas, negras, mulatas o indias. Se detienen a cada paso para responder a las preguntas de las otras familias que encuentran y entonces el tráfico por la calle es interrumpido; luego entran en cada negocio, hacen desplegar todas las telas, se hacen mostrar los guantes, las peinetas, los abanicos; y, después de haber puesto todo en desorden, se retiran sin comprar nada, para reiniciar, no lejos, de allí, la misma operación. Los dependientes de tienda se quejan de que esas visitas son a veces del todo desinteresadas, pero no trataré de descubrir qué sentido le dan a esa acusación. Las mujeres se pasean así hasta las diez; regresan entonces, y las calles, poco antes repletas de las bellezas más impresionantes del mundo, vuelven a estar desiertas y silenciosas. Ni a las mujeres más ricas del país se las ve viajar en coche; todas prefieren ir a pie; bien distinto, pero únicamente en esto, de las de nuestras capitales. Los cafés, sin embargo, están todavía repletos de hombres entregados al juego, pasión que los domina tanto como la de las mujeres; se los ve, alrededor de los billares, jugar a las cartas con tanto encarnizamiento y fuego como si se tratara, para ellos, de la más brillante conquista de Buenos Aires. Salen finalmente poco a poco, encendiendo sus cigarros, y comienza el silencio de la noche". (D´Orbigny. 1999:II-43-45)
Nota: Este recorrido se propone establecer relaciones entre una fuente escrita relativa al testimonio de un viajero del siglo XIX y fuentes icónicas o visuales que nos muestran cómo era un día en la antigua Buenos Aires-
Bibliografía
- Carril, B. del. Aguirre Saravia, A. (1982) Iconografía de Buenos Aires. La ciudad de Garay hasta 1852. Buenos Aires: Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
- Carril, B. del (1964) Monumenta Iconographica. Paisajes, ciudades, tipos, usos y costumbres de La Argentina, 1536-1860. Buenos Aires: Emecé
- D´Orbigny, Alcides. (1999) Viaje por América Meridional II. 1ra. edición Buenos Aires. Emecé Editores. Colección Memoria Argentina. 1999
- Loza. L.M. (2012). Carruajes de la Argentina. Buenos Aires. Ediciones Maizal.




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